viernes, 8 de enero de 2016

Cómo hicieron los Rolling Stones para soportarse

Después de las drogas, el alcohol y la tragedia, ahora vuelven con su show más grande.
Tal vez estos hombres, los Rolling Stones, no deberían estar acá, en este punto de sus vidas, haciendo lo que hacen: haciéndolo tan bien y de esa manera tan escalofriante. Es una tarde de viernes de finales de abril en el lugar donde ensayan, que tiene el tamaño de un garaje grande, en Burbank, California. Keith Richards está parado a unos metros de Charlie Watts, que lo mira atentamente mientras éste toca los acordes complejos y reveladores del principio de “Gimmee Shelter” con la delicadeza de quien pasea por el infierno. Cuando Richards da toda la vuelta al riff y cae de nuevo en los primeros acordes, Watts se le une con la batería, una sombra pequeña detrás del ritmo de la guitarra, y Mick Jagger lanza un aullido agudo y aterrador, que suena como si un fantasma del futuro al que uno no quiere ver de pronto se materializara. La banda entera -Richards, Watts, Ronnie Wood, el bajista Darryl Jones, el corista Bernard Fowler y el tecladista Chuck Leavell (que toca con una sola mano mientras con la otra trata de parar la sangre que le sale de la nariz)- se lanza sobre la canción con un impulso amenazante. Jagger camina para adelante y para atrás frente a los demás con movimientos felinos y no mira a ninguno a los ojos, sino hacia un lugar más allá de las paredes de la habitación.

Esta tarde, en la sala, “Gimme Shelter” también es el recordatorio de que, a la hora de crear algo tan terrible y liberador, estos hombres no se pueden dar el lujo de menospreciar la camaradería que los une. Acá tienen que trabajar juntos y ayudarse. “Las individualidades de la banda”, dice el productor Don Was, “se fusionan en una única cosa que son los Rolling Stones. Y cuando la banda surge es realmente intenso. Si dejás de escuchar las partes y te concentrás en el todo, es una entidad enorme y poderosa”.
Los Stones están ensayando para su gira más grande en seis años, después de un puñado de recitales que dieron en el otoño boreal de 2012 para festejar su 50° aniversario en París, Londres, Brooklyn y Newark. Tanto los shows del año pasado como la gira actual suponen un hito extraordinario. Hay pocas bandas, no importa de qué tipo sean, que hayan sobrevivido y que hayan tenido éxito sin que el núcleo de su formación original (Jagger, Richards y Watts) haya cambiado. Como me señaló Watts, la única banda del siglo XX que ha disfrutado de una longevidad similar fue la de Duke Ellington, que el pianista lideró entre 1924 y 1974, aunque el núcleo duro de los miembros originales no se mantuvo durante todo ese tiempo.
Si uno se pone a hacer cuentas, esto significa que los músicos que están ahora en esta habitación tienen todos entre 50 y 70 años, y están tocando la misma música explosiva que en general se considera territorio exclusivo de los jóvenes y rebeldes. A pesar de que han envejecido, siguen tocando con tenacidad y asumiendo riesgos, y todavía son capaces de sacudir el mundo que los rodea. Han hecho de esa determinación colectiva un desafío, a pesar de las probabilidades y de las propias relaciones entre ellos, y a pesar, también, del desaliento de algunos críticos y pares. “Los Stones van a durar 112 años juntos”, dijo John Lennon en 1980, poco antes de morir. Y aquí están los Rolling Stones: a punto de embarcarse en lo que probablemente sea su tour más efectivo, anticipado y a la vez sorpresivo desde las históricas giras por Estados Unidos en 1969 y 1972.
Por supuesto que habrá recompensa para tanto esfuerzo. El precio de las entradas oscila entre 150 y los 2.000 mil dólares. En abril, Kid Rock le dijo a Rolling Stone: “Se nos paga demasiado. Es ridículo. ¡La gente ya no va más a recitales porque no puede pagar la entrada! Los Rolling Stones están cobrando 600 dólares la entrada. No sé qué decir. Amo a los Stones, pero no voy a ser de la partida”.
En un momento le pregunto a Jagger si le preocupa que el éxito económico de la banda y la imagen de renegados que tenían en sus orígenes no sean coherentes. “Bueno, no sé”, dice. “La verdad es que no me quiero meter. es un tema infinito: el comercio versus el arte, la rebeldía y eh.” Richards no esquiva el tema, pero tampoco parece preocuparse tanto. “En mi opinión”, dice, “es así: nosotros decimos que queremos salir de gira con los Stones y viene alguien y nos hace una propuesta. Y todas las propuestas son más o menos iguales. De hecho, bajamos un poco los precios. Pero, bueno, es el precio del mercado. Me gustaría que la gente tuviera la plata para pagarlo sin tener que matar de hambre a sus hijos. Eso es todo lo que tengo para decir”.
A pesar de las perspectivas económicas del tour, Jagger -que supervisa y aprueba todos los detalles- ya tenía dudas acerca de esta nueva aventura en 2012. “La verdad”, le dijo a Rolling Stone, “es que no estamos preparados”. Cuando hablamos en Los Angeles, justo antes de que empiece la gira, Jagger dice: “Bueno, dije eso porque nos estaban ofreciendo muchas cosas. las Olimpíadas, y era una buena forma de.”. Hace una pausa, luego retoma. “Es verdad que no estábamos en nuestro mejor momento para hacerlo. Para mí era una buena excusa para rechazar todas esas cosas.” Pero el problema no era sólo que no estaban preparados.
La historia de esta gira es también un poco extraña por el halo de secretismo que la rodea y por ciertos rumores que circulan sobre el futuro del grupo. En los últimos años se hizo evidente que Jagger y Richards ya no estaban de acuerdo en la dirección que debía tomar la banda. El legendario gusto por la heroína y el alcohol de Richards, sumado a sus arrestos por posesión de drogas, amenazaron con minar las posibilidades de la banda. En 2010, la relación entre Jagger y Richards volvió a ponerse tensa cuando Richards publicó su aclamada autobiografía Vida: memorias de Keith Richards. Richards, viendo que se cumpliría pronto el 50° aniversario de los Stones, llamó a los miembros de la banda y les dijo: “Hola, chicos, ya estoy empezando a tener ganas de volver. ¿Alguien se prende?” Pero Jagger no estaba dispuesto a dejar pasar los insultos que había leído en ese libro así nomás.
***
Jagger, Watts, Wyman, Richards y Jones en 1963..
Las otras veces que hable con Jagger y Richards tuvieron lugar a finales de la década del 80. La banda estaba pasando por un mal momento en su historia, entre el truculento Dirty Work de 1986 y Steel Wheels de 1989. Richards llamó a este período la “Tercera Guerra Mundial”: años en que el futuro de la banda fue incierto. Cuando me junté con Richards en Manhattan en febrero de 1986 para hablar de Dirty Work, se rumoreaba que Jagger había decidido que la banda no presentaría el disco con un tour. Richards llegó a la oficina de su publicista con una botella de dos litros de Jack Daniel’s que vació tomando en vasos largos, uno tras otro (no por ello se lo vio menos elocuente ni en mal estado en las dos horas que duró la entrevista). Se esforzaba por poner la mejor cara posible y elogiaba la versión de Jagger de “Harlem Shuffle” de Bob & Earl, el clásico del R&B de 1963. En ese encuentro, el guitarrista también me dijo, como después repitió a lo largo de los años, que su esperanza era poder ver cuán lejos eran capaces los Rolling Stones de llevar su música y si envejecerían con gracia, como una fraternidad del rock & roll. Ninguna banda lo había logrado todavía. Esa declaración fue como una plegaria al futuro.

Jagger, en cambio, no estaba tan seguro. Cuando nos reunimos en Londres durante el verano de 1987, ya había sacado su primer disco solista, She’s the Boss (1985), y estaba a punto de sacar otro, Primitive Cool. A esta altura, no era un secreto que la posibilidad de que Jagger dejara de lado a los Rolling Stones y tratara de sobrepasar a la banda con una carrera solista (como lo había hecho Michael Jackson después de irse de Jackson 5) enfurecía a Richards. También se decía que Jagger estaba por salir de gira sin los Stones, lo que Richards tomó como una afrenta intolerable, dado que había estado tratando de que la banda volviera a salir a la ruta hacía bastante tiempo. (De hecho, Jagger sí salió de gira por un breve período a finales de los 80, pero tocó sólo en Japón y en Australia.)
El grupo se volvió a reunir en 1989 para grabar Steel Wheels y poner en escena la primera de una serie de exitosas giras mundiales. Sin embargo, no habían podido escapar al cambio, para bien o para mal. También sacaron discos nuevos, en los que Jagger confirmó una paleta de sonidos ambiciosa y Richards transformó su idea del blues en algo que sonaba un poco más angustiado y solitario. Pero nunca volvieron a ser los socios de antes.
El tiempo le concedió la victoria a Jagger: con profesionalismo escrupuloso tomó el control que Richards, entre sus episodios con las drogas y el alcohol y su actitud de hastío con el mundo, no fue capaz de conservar. Por lo general, vivían en ciudades y hasta en países diferentes, y era común que no se hablaran durante meses a menos que tuvieran que discutir alguna cuestión de negocios. No había entendimiento posible. “No voy a su camarín hace, qué sé yo, veinte años. A veces extraño a mi amigo”, dijo Richards sobre cómo era salir de gira con Jagger.
Pero todos estos años, Richards había tomado apuntes en algunos cuadernos y en un diario íntimo. Después de la gira de 2007, Richards y James Fox, su colaborador, empezaron a juntar estos recuerdos con varias entrevistas, para reconstruir la vida del guitarrista. Richards recuerda cada triunfo y cada desafío, cada pérdida y cada desengaño, como así también los avances significativos en el desarrollo de su estilo en la guitarra. En algunas partes, sin embargo, Richards abrió demasiado la boca, al menos según Jagger. Pintó al cantante como un hombre que cambió demasiado: de encantador y atento pasó a ser demasiado frío, ambicioso y controlador como para caerle bien a alguien. “Mick se puso insoportable a principios de los 80″, escribió Richards. “Ahí le empezamos a decir Brenda, o Su Majestad. Siempre hablábamos de Brenda en frente suyo y no se daba cuenta.”
Algunos comentarios de Richards no sorprendieron demasiado: durante años, los dos habían aprovechado la prensa para tirarse con todo, para más tarde bajar el tono y restablecer la paz. Esta vez, sin embargo, fue distinto. Richards siempre había asegurado que lo que más le importaba era la unidad y la permanencia del grupo, pero Vida las puso en peligro.
En 2011, cuando Jagger subió al escenario en la entrega de los Grammy y se robó la noche con una interpretación inteligente y conmovedora en honor al fallecido cantante de R&B Solomon Burke que le voló la cabeza al público, puede que le haya querido mandar un mensaje a Richards. Jagger todavía era capaz de hacer algo así de sorprendente sin la ayuda de Richards ni de los Rolling Stones. ¿Podría Richards decir lo mismo? Después de todo, fue Jagger el que cuidó a Richards cuando tuvo problemas de salud y el que toleró las consecuencias desastrosas de la adicción a las drogas del guitarrista. Jagger se había encargado de la organización de los Rolling Stones y había negociado cada contrato. Con el tiempo, se dio cuenta de que estaba atado de por vida a Richards, el héroe del pueblo, a pesar de que él lo había retratado como un hombre obsesionado consigo mismo y con el éxito.
Esta vez, antes de que se pudiera empezar a hablar del 50° aniversario, Jagger puso como condición que aclararan los tantos. Los detalles de lo que sucedió entre ellos no se dieron a conocer, pero Wood comentó que la reunión fue “tensa e incómoda”. Se rumoreó incluso que el lugar de Richards como guitarrista rítmico corría peligro. Algunos pensaron que tenía problemas para tocar, que tal vez la artritis había afectado sus manos, o que su ingesta diaria de alcohol había hecho estragos en su agilidad para pulsar las cuerdas. Según una fuente cercana a la banda, cuando los Rolling Stones se reunieron en Londres en diciembre de 2011, no fue sólo para ensayar, sino también, al menos en lo que respecta a Jagger, para comprobar si Richards todavía era capaz de hacer su trabajo.
Amediados de abril, paso una hora con jagger en su habitación de hotel en Beverly Hills. “No sé de qué carajo vamos a hablar”, me dice, mientras se sienta en la mesa del comedor y sonríe. Jagger está vestido con unos jeans chupines negros y una camisa rosa de mangas largas. Su estado físico es increíble, y hablamos durante un rato de su rutina: “Cuando salimos de gira, tengo que entrenar más fuerte, pero nunca empiezo de cero. Para mí es importante ser constante con eso”. También le pregunto cómo se prepara para el esfuerzo vocal que requiere cantar. “Cuando estoy arriba del escenario”, dice, “no sólo canto. Yo quiero ofrecer una actuación también, y por eso muevo los brazos, corro de un lado al otro y bailo. Eso me consume la mitad del aire disponible, y entonces el desafío es encontrar un equilibrio entre moverme y cantar. En casa hago ejercicios con un karaoke para no perder la voz, compongo un montón de canciones, grabo demos y canto. Tengo bastante suerte, porque -y no quiero sonar como un creído- yo compongo todas las canciones de los Rolling Stones en el mismo tono que siempre usé, entonces ya sé cuál es mi límite, y sigo llegando sin problemas. Tal vez ahora llego mejor que antes, porque ya no fumo ni tomo ni nada por el estilo”.
Toco el tema de Richards y de lo que escribió en Vida, y le pregunto si que Richards se disculpara fue.
“¿Una condición, querés decir?”, interrumpe Jagger, con una sonrisa tensa. “Me parece que estuvo bueno que nos juntáramos y que me lo dijera. No quiero hablar más sobre el tema, pero sí creo que fue algo bueno que se disculpara y de hecho fue una condición. Hay que dejar esas cosas atrás, hay que hablarlas. Es bastante tentador no hacerlo. A los ingleses nos encanta no enfrentar los problemas.”
Le pregunto si, a pesar de todo, le parece que es un relato preciso de la historia de los comienzos de la banda y de su formación como músicos.
“Preciso.” Repite, y se ríe con amargura. “La verdad es que no quiero hablar del libro de Keith.” Cuando le pregunto por su relación con Richards, me contesta: “Es una relación de trabajo que funciona bien. Keith está muy concentrado y está disfrutando de tocar”.
En el momento en que Jagger se niega a hablar más sobre Richards, posa la mirada en su vaso de agua y parece que su reticencia proviniese de una herida verdadera. Intento acercarme de otro modo al tema de las críticas de Richards, que lo retratan como una persona fría y controladora. Le pregunto si entiende esa reacción que provoca. “Me parece que es un cliché”, dice. “A la gente le encanta decir: «Keith es muy apasionado y Mick es frío y desapasionado». La gente no es así en la vida real. Keith puede ser tan frío y desapasionado como cualquier persona. No lo estoy criticando: a veces es necesario serlo. No sé cómo separar el hecho de ser una persona del hecho de ser parte de una banda. A veces tengo que ser más analítico, pararme afuera de la música. Si estoy hablando de negocios con alguien, siempre trato de ponerme en su lugar, de retroceder un poco y analizarlo. No hay que dejar que las emociones entren ahí. Pero eso no significa que no me apasione el lado musical de todo esto. Ahí sí dejo que mis emociones entren. Tenés que ser capaz de hacer ambas cosas al mismo tiempo. Me entusiasma muchísimo pensar la puesta en escena, la gráfica, el merchandising. A veces Charlie me ayuda con todo eso, y nos encanta. Me ocupo de un montón de cosas dentro de los Rolling Stones, y también me ocupo de un montón de cosas por fuera. No me gusta que me encasillen en una sola función.”
Mientras hablábamos de los altibajos emocionales de la banda, Watts una vez me dijo: “Los protagonistas de todo esto vivían juntos cuando eran chicos, ¿no? Eran vecinos. De ahí viene todo. Son como hermanos que se pelean por quién paga el alquiler. Si te metés en el medio, sonaste”. Richards le dijo algo similar a otra revista hace poco. Afirmó que él y Jagger son “dos hermanos un poco volátiles: cuando chocamos explota todo, pero después se termina.”
Le pregunto a Jagger si está de acuerdo con esto.
“La gente siempre dice cosas como ésa”, responde Jagger. “Pero yo tengo un hermano [Chris Jagger], ¿sabías? Mi relación con él es una relación de hermanos, nada que ver con la que tengo con Keith, que es alguien con quien trabajo; es otra cosa. Con un hermano compartís familia, compartís padres. Keith y yo no compartimos esas cosas. Trabajamos juntos. No tiene nada que ver con una relación de hermandad. Supongo que si no tuviera un hermano, diría que es como tener un hermano. Pero como lo tengo, sé bien cómo es, y es completamente distinto. No es lo mismo tener una banda que tener una familia. Estar en una banda supone relaciones totalmente diferentes.”
¿Estar en una banda supone establecer lazos fuertes?
“Bueno, sí, si trabajás durante tantos años con alguien, sí, establecés muchas relaciones, tenés recuerdos en común y cosas con las que te identificás que vienen de un pasado juntos. Entonces podés evocar un pasado en común, si tenés ganas.”
¿Cree que hay alguna ventaja o algún atractivo en escribir su propia versión de la historia?
“El dinero”, contesta. “Ese sería el único atractivo de escribir un libro. No se me ocurre otro.”
***
Al otro dia, me junto con richards en un complejo que los Stones usan para ensayar para esta nueva gira. Tiene puesta una remera negra un poco rota y su pelo canoso asoma arriba de una vincha gris. Richards ya no se tiñe el pelo; tampoco ha intentado -ni él ni ningún otro Rolling Stone- suavizar su edad con cirugías estéticas. No hay duda de que estos hombres tienen algo de vanidad, pero se bancan bien la cara que la edad les dio.
Le pregunto a Richards sobre un comentario del príncipe Rupert Loewenstein, que fue por muchos años asesor financiero de los Stones y que, en su reciente libro, escribió: “Un conocido que coqueteaba con el psicoanálisis una vez me dijo: «De algún modo, Keith gana en cuanto a lo humano, y Jagger en lo profesional»”. Un poco espero que Richards objete esto -nadie que esté en o alrededor de los Rolling Stones se animaría a poner en riesgo este presente de tregua- pero me responde sin dudar. “Sí, yo diría que es una opinión bastante acertada sobre el asunto.”
“Sabemos que la rompemos”, me dice Richards, “y tenemos unas ganas extrañas de seguir mejorando. Para empezar, estamos todos, que es un ingrediente importante. Sería un milagro que dos tipos se llevaran bien durante 50 años, ¿no? Imaginate tres o cuatro. Por otra parte, no quiero insistir más en las diferencias que tenemos con Mick, porque todo el mundo habla de eso y nadie dice nada de que el 98 por ciento del tiempo estamos conectados. Yo me comunico a través de la música. Si querés podés decir que llegamos a un acuerdo de caballeros. Es un acuerdo tácito y está implícito, pero se nota que cuando nos ponemos a trabajar, muchas de esas barreras desaparecen”.
Richards dice que la reacción de Jagger no lo sorprendió. “No mucho en realidad, porque lo conozco. De todas maneras, yo quería contar esta historia. Le dije a Mick: «Vos porque no viste las cosas que tuve que dejar afuera»”, dice mientras se ríe. “También le dije: «Ya sé lo que hiciste: agarraste el libro, fuiste directo al índice, buscaste tu nombre y leíste lo que decía. Lo sacaste de contexto». Y sí, nos peleamos un poco por eso, pero era algo esperable. Lo resolvimos a nuestra manera.”
Le pregunto si Mick exigió una disculpa. “Sí, lo hizo”, dice Richards, “y yo le pedí disculpas por si lo había lastimado. Fue.” Richards se ríe. “Yo te puedo decir cualquier cosa con tal de que volvamos a tocar. Le mentiría hasta a mi propia madre.”
¿Sintió que el futuro de la banda estaba en peligro?
“No, la verdad que no. Me pareció que fue un empujón, como una inyección de adrenalina.”
¿Se arrepiente de algo de lo que dijo en el libro?
“No, no, no.” Richards se vuelve a reír. “Yo digo lo que quiero y eso es todo. No me arrepiento de nada, man.”
Para Watts, una forma de entender en qué estado se encuentran las relaciones entre ellos es escuchándolos en vivo: “Si la música que tocamos está buenísima, es porque Mick lo perdonó a Keith y viceversa. Me parece que la gracia es lo que nos está salvando”.
***
Tal vez la gracia -como bendicion o perdon- no sea la palabra que uno usaría para describir a los Rolling Stones. Una noche de verano de 1969, el guitarrista Brian Jones fue encontrado sin vida en su piscina. A fines de ese mismo año, el grupo dio un show en Altamont, el recital en que murió una persona apuñalada frente al escenario mientras tocaban los Stones. En 1974, el guitarrista Mick Taylor se fue del grupo. “Por momentos era terriblemente caótico”, dice ahora Taylor de su experiencia con la banda. “La primera gira de 1969 fue alucinante, pero parecía que no se terminaba más. Seguíamos tocando, salíamos de gira, y si no estábamos creando una música increíble. Grabamos seis discos en seis años. Fue extraordinario, y después ellos siguieron. Yo no daba más, estaba exhausto.” Taylor tocó como invitado en los recitales de Londres y Amsterdam en 2012. Casi siempre se sumó en “Midnight Rambler”, del disco Let It Bleed de 1969. También tocará en esta gira. “Para ser sincero, no me había dado cuenta de lo mucho que los extrañaba hasta que volvimos a tocar juntos”, dice.
Bill Wyman, el bajista original de la banda, se fue en 1993 porque no pudo acostumbrarse a pasar tanto tiempo viajando en avión. Wyman también tocó en los shows de Londres del año pasado en el O2 Arena, pero no la pasó muy bien: “Mis tres hijas adolescentes me vieron en escena por primera vez con los Stones, cosa que nunca había pasado, y fue algo bastante especial para mí por esa razón. Pero cada cinco minutos me dispersaba, por eso no fui a Estados Unidos. ¿Para tocar dos canciones en tres recitales? Me di cuenta de que no se puede volver al pasado después de tantos años, porque no es lo mismo. Las reuniones de ex alumnos, volver con tu novia, divorciarte y volver con tu ex mujer: son cosas que no funcionan. Pasa lo mismo con una banda”.
Las cosas tampoco fueron fáciles para los que se quedaron con los Rolling Stones. Richards tuvo que luchar con sus famosos problemas con las drogas, a los que siguieron años de alcoholismo. Ahora se está moderando. “Yo no puedo estar completamente sobrio, no es mi personalidad. Tomo con moderación. No hay que olvidarse de que todo se puede ir a la mierda.” También sufrió heridas graves en el cráneo en 2006, cuando se cayó de un árbol en Fíji. “Me olvido de que me pasó eso”, dice. “Salvo cuando me rasco la cabeza y siento que tengo un hueco ahí.” Según un amigo de Richards, como resultado del accidente el guitarrista tiene que tomar una medicación de por vida.
Wood también tuvo un accidente. En 1990 se rompió ambas piernas en un choque en Newbury, Inglaterra. “Hace un año me operé. Tuvieron que abrirme el pie y rellenar el agujero que se me hizo en el hueso con partes de mi rodilla y mi cadera. Agarró bien y cicatrizó, pero tengo que tener cuidado cuando paso mucho tiempo parado.” Hace un par de años, Wood dejó las drogas y el alcohol. Dice que está tocando la guitarra mejor que nunca. “Es algo mágico”, dice. “La confianza y la claridad mental que tengo ahora. Me doy cuenta de que toco menos, pero lo que toco tiene mucho más sentido. Todos nos damos cuenta, en especial Keith y yo. Con él no necesitamos hablar, con una mirada nos leemos el pensamiento. Antes ni nos mirábamos hasta el final de la canción, porque estábamos drogados.”
Incluso Watts, el miembro con más gracia de los Rolling Stones, tuvo dificultades con las drogas en un momento: “Un período de tomar heroína”, dijo en una entrevista en 2011. “Me drogaba cuando me iba a casa. Mi mujer se daba cuenta de que no estaba bien.” A Watts, además, le diagnosticaron cáncer de garganta en 2004 y lo operaron dos veces. Hoy, con 71 años, es el stone más trabajador. En las dos horas y media que dura el recital, Watts es el único que no puede irse del escenario ni hacer pausas. “Es la suerte de los bateristas”, dice. “El baterista es el motor. No hay nada peor que cuando ya no tenés más aire y te morís del dolor de manos pero todavía te queda un cuarto de recital. Es lo peor.” Sólo Jagger ha sido capaz de conservar su lugar en la banda sin problemas de salud o crisis debilitantes, excepto que en 1979 puso fin a su matrimonio con Bianca Jagger y en 1999, tras veintidós años de relación, terminó con la modelo Jerry Hall.
Es decir que ha habido un precio que pagar -aunque no todos lo han pagado por igual- en la vida de los Rolling Stones, pero no uno tan alto como para desalentarlos, ni para desalentar a su público en los últimos cincuenta años. ¿Qué es lo que sostiene este atractivo? Jagger contesta: “Podría decir lo que digo siempre, pero la verdad es que no lo sabemos. ¿Por qué duraron tanto los Rolling Stones? Yo siempre digo que es porque tenemos éxito. Porque a la gente todavía le gustan. Te puede gustar mucho tocar, pero si nadie fuera a verte, no lo harías más. Cuando la gente diga: «Los Rolling Stones son una mierda, que se dediquen a otra cosa», entonces ahí sí se va a terminar”.
Por primera vez, Jagger está exagerando. La noche del 27 de abril los Rolling Stones inauguraron su gira 2013 con un recital sorpresa en el Echoplex, un boliche del barrio Echo Park de Los Angeles. El recital fue anunciado sólo unas horas antes, y alrededor de 500 personas pudieron comprar las entradas: una mezcla equilibrada entre gente joven y otra que parecía de cincuenta o más, como la edad de los integrantes de la banda. Esa noche, en ese lugar reducido, los Rolling Stones dependieron sólo de su talento y de su fuerza. Tienen un sonido sorprendentemente fuerte y crudo, con la guitarra de Richards sonando siempre ominosa; no hay señal de que ni su destreza ni su poder hayan mermado. Jagger parece incansable y proteico: sus expresiones mutan constantemente, y a pesar de que ha cantado estas canciones más veces de las que puede recordar, todavía las interpreta como si fueran fervientes descubrimientos, y lo hace siempre o bien con cierto abandono salvaje o bien representándolas de manera extraordinaria. Richards se detiene un momento para mirar al cantante y después sacude la cabeza con una sonrisa llena de admiración.
Unos días antes, Richards y yo habíamos estado charlando de la reunión de los Everly Brothers que tuvo lugar en septiembre con un concierto en el Royal Albert Hall de Londres. Era sabido que los hermanos Everly no se llevaban nada bien y que a veces no podían trabajar juntos, pero en un momento del show -el primero que accedieron a dar después de diez años-, mientras tocaban una versión cautivadora de “Let It Be Me”, apostados frente a sus micrófonos, Phil Everly se alejó un poquito, miró a su hermano Don, que cantaba hermoso, y le dedicó una mirada llena de reverencia y amor inclasificable. “Yo conozco esa mirada”, me dijo Richards. “A veces Mick y yo llegamos a ese punto, y por lo general nos pasa con la música. Hay momentos en que decís: «Te quiero, loco». Eso nos pasa bastante en el escenario. Lo veo cantar a Mick y todavía me sorprende. Tengo que cuidarme de no parecer uno del público, porque cuando empieza a fluir, todavía me emociona. Es otra de las razones por las que amo dedicarme a esto.”
Esa noche, el bis es “Jumpin’ Jack Flash”. Jagger sintetiza su credo cuando se señala las sienes y canta: “Fui coronado con espinas que atraviesan mi cabeza”, y parece como si estuviera a punto de morir, para luego revivir mientras ejecuta un movimiento de caderas ‘espasmódico y fanfarrón al frente del escenario mientras declara: “Pero ahora ya pasó, de hecho, ¡está todo bien! Ahora ya pasó, soy Jack Flash el saltarín, ¡está todo bien!” Es una ilustración exultante, malvada y adorable de lo que significa bajar al infierno y también estar de vuelta. Y eso es lo que la música de los Rolling Stones siempre ha sabido hacer mejor. El blues es un género que habla de cómo soportar lo insoportable, incluyendo los placeres: las cosas que la gente se hace a sí misma y que les hace a los demás. La música de los Rolling Stones, derivada del blues, también trata sobre eso: sobre soportar la historia, incluyendo la que han compartido entre ellos. Ha sido la manera en que los Stones lograron sobrevivir a su tiempo en este mundo, y no es un mal ejemplo a seguir: a veces no hay forma de escapar. A veces tenemos que ayudarnos.
Unos días antes, Richards hablaba sobre el histórico cantante de Delta blues Robert Johnson: “Robert Johnson, ahí sí que hay miedo, eh. ¿Miedo a qué? Si alguna vez superaste un miedo, te dan ganas de decirle a la gente que se puede. No tiene sentido ignorarlo. Es una de las características de lo que nosotros hicimos, por ejemplo, en «Gimme Shelter». El miedo es un elemento posible, una emoción que se puede usar cuando componés una canción, como cualquier otra. ¿Entendés lo que digo? Se podría decir que nosotros tratamos de aprovechar cualquier emoción que aparezca”. (Fuente: Rolling Stone)

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